Cuando lo recuerdo ahora, estoy avergonzada de mí misma. Cuando era una joven algo impertinente – de unos veinte años –, tenía una querida colega de la sinfonía, a la cual todavía pertenezco, que usaba lentes. Tendría unos setenta años en ese entonces, así que el hecho de que usaba lentes no me sorprendía.
No obstante, lo que sí era sorprendente era la cantidad de pares de lentes que tenía. Una tarde antes de un ensayo, observaba como Betty hurgaba en su bolso.
Sacó un par de lentes. Brevemente se los puso y luego dijo, “No, estos son mis lentes para el tenis”. Volvió a buscar dentro de su bolso, y encontró otro par. “No, estos son mis lentes para la computadora”. A la tercera vez, rebuscó y sacó de nuevo otro par, “No, estos son mis lentes para leer”. Mientras metía y sacaba la mano de su bolso, le pregunté, “¿Cuantos pares de lentes tienes allí, catorce?” A estas alturas, ya había encontrado los lentes que usaba para la música. Me señaló con el dedo mientras me decía, “Ya verás, Rosie. Ya verás”. Le respondí en seguida, “Yo no, Betty. Yo no”.
Lamentablemente, Betty falleció de este mundo, pero yo diría que se está burlando de mí desde el cielo mientras me ve hurgando en mi bolso, buscando mis lentes para la música entre los cuatro pares de lentes que actualmente requiero.
Todo lo que puedo decir es que uno nunca debe decir de esta agua no beberé.
Soy Rosie Klepper y esa es mi perspectiva.
Traducido por Alondra Gamez.