Tal vez sepan ustedes que soy voluntario socializando gatos en el albergue local. Así he conocido a varios animalitos interesantes, y he aprendido a figurarme sus personalidades leyendo sus gestos y mensajes.
A algunos de ellos los han marcado como el tipo que sólo los voluntarios experimentados pueden visitar. Como me considero uno de ellos por la cantidad de arañazos y mordidas que he recibido en casa, me atrevo a verlos. Muchas veces, al abrir la puerta de su recinto y ofrecerles comida, observo si el pobrecito gato no está arqueando la espalda o bajando las orejas, porque esas reacciones me dicen si un gato me ve con buenos o malos ojos. Generalmente me aceptan la oferta de paz y, pese a un par de fracasos, después de mi primera visita nos hacemos amigos y todo porque sé anticipar sus reacciones. Si nos llevamos realmente bien, me dejarán levantarlos (prueba de confianza absoluta) y en ese caso los llevo a una sala de visita para jugar un rato.
A veces me pregunto si mis experiencias con gatos me han enseñado a tratar con gente, o si es al revés. Al fin y al cabo, todos tenemos momentos en que arqueamos la espalda y agachamos las orejas, sólo que somos más sutiles. La próxima vez que salga, ponga atención a su alrededor y se llevará una sorpresa al ver todo lo que decimos sin hablar.
Me llamo Francisco Solares-Larrave, y esta es mi perspectiva.