Mi infancia en México guarda muchos recuerdos preciados llenos de risas, felicidad, orgullo y muchas otras emociones. Algunos de los recuerdos siempre tomaban lugar alrededor de los días festivos como Navidad, Año Nuevo, Día de los Muertos, etc. Para aquellos que no están familiarizados, el Día de los Muertos es una fiesta que celebra a los familiares que han fallecido poniéndoles un altar no solo para recordarlos sino para honrar las vidas que vivieron, las cosas que amaron y los alimentos que disfrutaron. La celebración en sí toma lugar en los dos primeros días de noviembre, pero se puede disfrutar de las decoraciones y festividades a lo largo de los meses de octubre y noviembre.
Cuando era niña, recuerdo cómo mi abuela se preparaba para el Día de los Muertos. Al igual que su madre, ella ponía un altar y seleccionaba artículos similares a los de su madre. En sus palabras:
“Ella compraba, se iba a Iguala, compraba frutita y la traía y la ponía en la mesa también. Y el pan, el pan lo compraba. Ponía los floreros, porque tenía floreros así de vidrio bonitos que compró, y esos los ocupaba ella para poner los maseteros decía ella. Se iba a Iguala y traía un manojo de flores.”
Mi abuela también recuerda que su madre convertía cubetas regulares en maceteros que colocaba frente al altar en donde también colocaba una taza de leche o arroz con leche por cada uno de sus hijitos que había perdido.

En el altar de mi abuela, ella elegía honrar a sus padres y hermanos. Sus preparativos comenzaban aproximadamente una semana antes del 1° de noviembre, yo observaba su dedicación mientras ella hacía sus propias veladoras con aceite, hilo y frascos vacíos que reciclaba, una para cada uno de nuestros parientes fallecidos. También ponía un vaso de leche por cada uno de sus hermanos que fallecieron en la infancia. Luego seleccionaba las cosas que quería en su altar para acompañar los retratos en blanco y negro de sus padres. Mi madre seguía sus instrucciones y conseguía fruta, flores de cempasúchil, pan de muerto y otras decoraciones para adornar y dar vida a su altar.
Muchas personas eligen agregar las comidas favoritas de sus muertos, y a veces también lo hacíamos, pero en otras ocasiones no porque vivíamos en un pueblito y los gatos callejeros u otros animales nos ganaban la comida. Aunque disfrutaba del altar y todo lo que llevaba montarlo, mi parte favorita del día festivo era ir al cementerio.
Esto marcaba algunas de las pocas veces que todos íbamos juntos al cementerio, pero la visita no era solo una observación solemne de la tumba, sino más bien una demostración activa de amor. Quitábamos las hierbas alrededor de las tumbas que pertenecían a nuestra familia, y mi abuela lavaba con agua y jabón las tumbas de cemento y las cruces de madera en la cabecera de la tumba dejándolas como nuevas. Luego decorábamos las tumbas con racimos de flores de cempasúchil coloridos.
De niña estas cosas me parecían una obligación o algo que tenía que hacer porque me lo decían, pero en cuanto más mayor me pongo y a medida que empiezo a perder a mis seres queridos, me encuentro mirando hacia atrás a los recuerdos con ellos y apreciando el tiempo que compartimos juntos. También me encuentro mirando al porvenir con deseos de honrarlos y recordarlos, ya sea en el Día de los Muertos o en cualquier otro día del año.
Soy Yaritza Salgado y esta es mi perspectiva.